martes, 9 de agosto de 2011

Fiesta de jóvenes promesas del toreo en la Santamaría

El sábado, bajo una tarde fresca, tres muchachitos llenaron más de media la plaza de Santamaría.

Claro, la entrada era gratis, porque se trata de las novilladas programadas dentro del Festival de Verano. Era, más que todo, fiesta en los tendidos, una afición distinta, menos entendida, alegre y celebradora de los revolcones.

Con novillos sobre 340 kilos, la sensación de miedo no es tanta. Fiesta, chicharrones y besitos de todos, chocolatinas, helados, botas licoreras. Familias enteras, niños, todos como en un parque.

Hasta entró un grupo antitaurino, pero cuando se despojaron de las chaquetillas para quedar en la camisa con los letreros de protesta, la plaza entera gritó "¡fuera!", "¡fuera!", "¡fuera!", largo y soberbio. Y se detuvo la fiesta. Los "anti" tuvieron que salir. Tocaba, pues estaban vendiendo abrigos en tierra caliente.

Fiesta. Pero abajo, en la arena y en el callejón, había ceremonia, novillos, nervios, miedos e ilusiones. Porque para los novilleros, ante el público que sea, cada tarde es un examen final. Es la nota definitiva de geometría y arte. Y Francisco Gómez, Daniel Garzón y el rejoneador José Miguel González se jugaron la plana, con novillos de Armerías, bien presentaditos, como para una fiesta; bien armaditos, algunos con más casta que otros, alguno rajadito, otro perseguidor de los caballos, que en general sirvieron.

En novillada es donde se ve lo difícil que es torear, lo duro de esa profesión, lo que les falta en oficio a los que empiezan, pero que buscan pegar cada lance, o cada pase como para que alcance de aquí a una alternativa.

Francisco Gómez pegó largas, verónicas y chicuelinas. Y estuvo bien con un novillo paradito que pronto se fue a tablas, al que mató de un espadazo. Y pegó largas cambiadas en la puerta de los sustos, entre algarabías en los tendidos. Pero bailó con la más fea. Este novillito, de 340 kilos, se entableró y él carecía de recursos para obligarlo a seguir el compás en los medios. Mató tras un aviso. Lo bueno es que el público, entendido y neófito, lo aplaudió.

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